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Madrid vivió una noche irrepetible. No solo por el vino que fluyó entre copas ni por la calidez íntima del espacio. Lo que realmente hizo vibrar a cada alma presente en El Alzacopas fue la presencia de Huáscar Barradas, el virtuoso flautista venezolano que tejió melodías como si el aire le obedeciera, regalando a los asistentes una experiencia sensorial que fue más allá de la música.

El encuentro prometía ser especial desde el principio. El Alzacopas, ese rincón delicadamente escondido donde convergen las pasiones por el arte, la música y el buen beber, abrió sus puertas para una velada donde cada detalle estuvo cuidado: desde la iluminación cálida que abrazaba el espacio hasta la selección de vinos y bocados que acompañaron el viaje sonoro.

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Huáscar no tardó en conectar con el público. Con su característica cercanía, compartió anécdotas, explicó el origen de sus piezas y guio a los presentes por paisajes sonoros que evocaban la nostalgia del Caribe, la fuerza de los Andes y la modernidad de las grandes capitales del mundo. Entre cada interpretación, el maestro regaló silencios elocuentes, risas espontáneas y hasta alguna lágrima compartida.

El punto más alto de la noche llegó con su interpretación de “Somos Novios” del maestro Armando Manzanero, pieza que ejecutó con una soltura pasmosa y una emoción contagiosa. Fue imposible no dejarse llevar por esa mezcla de técnica impecable y alma desbordada. El público, entre aplausos y brindis, supo que estaba presenciando algo único.

Y así, entre notas flotantes, aromas de vino y miradas cómplices, la noche fue llegando a su fin. Pero lo que dejó Huáscar Barradas en El Alzacopas no terminó con el último aplauso. Fue una chispa que encendió emociones, una experiencia que quedará en la memoria sensorial de todos los presentes. Porque hay conciertos y hay vivencias, y lo que ocurrió esa noche fue, sin duda, lo segundo.